miércoles, 4 de mayo de 2011

EL PRIMER OBISPO DE OLANCHO


                                     El primer obispo de Olancho



Cuando monseñor Nicolás D’Antonio fue nombrado primer obispo de Olancho, en este extenso departamento habían 160 pueblos y 1,000 aldeas con una comunicación tortuosa y difícil.
Juticalpa quedaba a 200 kilómetros de Tegucigalpa con una carretera polvorienta. El personal religioso consistía en sólo 9 franciscanos, 8 religiosas, 1 sacerdote jubilado y 1 seminarista. El trabajo para el primer obispo de Olancho de 1963 a 1982 fue arduo, sacrificado y fructífero en la promoción espiritual y humana para el obispo, sus sacerdotes, sus religiosas y sus laicos.
Promover al pobre fue como remover un polvorín en Olancho. Pero la historia es la maestra de la vida. Ella es el espejo donde se reflejan los hechos del pasado –buenos y malos– para después ser conocidos, analizados y juzgados. Dejar al pobre con los ojos vendados y los pies descalzos sería algo injusto y opuesto a las directrices del Vaticano II y de Medellín.
El #154 del Boletín Eclesial correspondiente a mayo y junio de 1975 relata la “Masacre de los Horcones” en Olancho de esta manera: “Se ha tenido en estos días pasados el más grave y cruel enfrentamiento en la historia de Honduras entre la Iglesia y el Estado. Entre otras consecuencias, podemos contar con la muerte de 15 personas –2 de ellas sacerdotes–, la expulsión de todo el personal religioso de la diócesis y un clima de estricta vigilancia a la iglesia, si no en todo, sí en gran parte del país”. El mismo editorialista visualiza las causas principales de esta cruel masacre campesina que conmovió a Honduras y al mundo entero de con estas palabras:
a)- “La principal razón de esta masacre fue la opción preferencial de la iglesia de Olancho por el campesinado pobre y su promoción humana y espiritual”.
b)- Respecto al gobierno militar de 1975, “desde que los coroneles jóvenes tomaron el poder, la iglesia era la fuerza que les estaba creando grandes problemas, había que meterla en vereda y recordarle quién mandaba en el país”.
c)- En tercer lugar, “cabría señalar también la relación íntima existente entre los militares y los terratenientes más adinerados de aquel entonces”.
Los hechos dieron como resultado la nefasta masacre el 25 de junio de 1975 de unas indefensas personas, que la historia debe mantener grabadas en el corazón de la Patria. Para evitar males mayores, el Nuncio Apostólico aconsejó al obispo D’Antonio pasar a vivir a New Orleans. El 26 de febrero de 1983, Mauro Muldoon fue nombrado nuevo obispo de Olancho.
Las personas aniquiladas por varios militares incitados por terratenientes –según la investigación publicada por los mismos militares el 23 de julio de 1975– son: María Elena Bolívar, Alejandro Figueroa, Ruth A. Mayorquín, Juan Benito Montoya, Oscar Ovidio Ortiz, padre Iván Betancourt, Arnulfo Gómez, Fausto Cruz, Francisco Colindres, Lincoln Coleman, Roque R. Andrade, Máximo Aguilera, Bernardo Rivera y padre Casimiro Cypher.
Ante tan graves acontecimientos, la Conferencia Episcopal de Honduras el 10 de julio de 1975 dirigió una “Carta al Jefe de Estado, Juan Alberto Melgar Castro, y al Consejo Superior de la Defensa”, manifestándole entre otras cosas:
a)- “Exigir al Gobierno Militar una investigación exhaustiva y rápida sobre todas estas personas asesinadas y aparecidas después en un profundo pozo de malacate”.
b)- “Pedir el retiro de las tropas o custodia militar de todos los templos de Olancho”.
c)- “Reiterar la exigencia de que se les deje trabajar en paz en su labor de Evangelización y Promoción Humana, cumpliendo así su compromiso cristiano de servicio al  pueblo hondureño, en especial a los sectores más abandonados y oprimidos, que son la gran mayoría”.
“La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos y el respeto de la dignidad de las personas” (CIC # 2304). “Bienaventurados los que construyen la paz y la justicia” (Mt 5, 9). “Con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19, 15). “Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, debe creer también que la justicia es una condición ineludible para la paz” (DM 2, 16).
Queden estas líneas sobre la “Masacre de los Horcones” para la historia y para rogar al cielo que estos hechos de sangre nunca se repitan en Honduras contra el campesinado pobre ni de nadie, pues todos los hondureños deben vivir fraternalmente. La Patria progresará con la paz y la justicia, nunca con la sangre y la muerte, muchas veces de los más humildes. Vaya un tributo de respeto y cariño para quienes murieron en forma tan nefasta.
Caídos en la “Masacre de los Horcones”, vivan presentes en el corazón sangrante de la Patria.



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